Por Pamela Barrantes (*)
e puede seguir ayudando desde donde estamos, aprendí a valorar mucho más lo que tengo en mi vida y de sentirme feliz de haber vivido y conocido lo que viví pues eso me da pie a generar confianza y así ayudar a quienes lo necesitan"
Al día siguiente fuimos a Catapalla, a visitar a una familia de la zona, la señora nos recibió de manera amable, tiene seis hijos (ahí solo estaban cinco, uno de 7 años, una niña de 5 años, un niño de 4 y otro recién bebé), la tarea era acomodar su casa -una tarea muy complicada- no se sabía por dónde empezar, uno que era un espacio grande y otra que todo necesitaba ser acomodado y limpiado.
Igual aquí, la clave fue organizarnos, cada uno optamos por hacer y tomar una parte del lugar, consultando previamente a la señora de qué quería que se lo arreglemos y acomodemos. En principio quise plegarme a las tareas de algunas amigas, y de ahí vi a los niños corretear, así que decidí seguirlos, y le pregunté a la niña, Sonia, qué es lo que quería ver limpio, me dijo que su área de juego -y ya ahí era el momento de empezar- así que le dije que si quería ayudarme, y ella toda animosa me dijo: “sí..!!”, pero claro primero teníamos que ver con qué limpiar, así que fuimos en la búsqueda de bolsas, en el camino se nos plegó el pequeño, Jesús, que también quería ayudarnos. Nos repartimos tareas entre los 3, pero me di con la sorpresa de que el niño no quería hacer nada y en vez de ello le mandaba todo a su hermana. Y eso a veces suele pasar, mayormente, en esas zonas, se vive con la idea de que el hombre solo sirve para mandar y la mujer para realizar las tareas del hogar, y eso muchas veces se transmite a los hijos, y ese era un claro ejemplo.
Entonces me di cuenta que había mucho que trabajar ahí, no solo en la parte física (ya que se veía una clara desnutrición), y también en la parte psicológica (la idea del machismo estaba muy arraigado). Nos acomodamos y dijimos: primero el patio, luego recogemos los papeles del área del cerco de su casa, luego recogemos la leña y finalmente les iba a bañar, ya estaba todo el plan de trabajo que hacer, solo era cuestión de ponerlo en marcha.
Mientras hacíamos el recojo de la basura del patio, la niña me contaba más de su familia, igual el niño me contaba qué hacían, cómo jugaban y poco a poco le decía a Jesús que nos ayudase, como conversando, hasta que animó y se puso una bolsa en manos y empezó a recoger, a pesar que al final de cada trabajo se cansaba y se aburría igual seguía, pues nuestra meta era acabar y al final que se iban a bañar.
Trataba de repartir las tareas de tal forma, que todos hiciéramos equitativamente, y en cada acción trataba de enseñarles para que lo hicieran solos la próxima vez, no era una tarea sencilla, pero al menos les dejaba ahí las ganas de querer tener las cosas limpias, ya que la pobreza no es sinónimo de suciedad sino de trabajo y de superación de las adversidades. Bañé primero a Sonia, y luego a Jesús, él si lloró un poco, pero conforme seguía bañándolos recordaba cuando era niña. Cuando quise entrar a su cuarto a ordenar, sentía que no podía, ya que el desarreglo era tanto que te cansabas con solo verlo. Entre muchas cosas había ropa, zapatos y pan, pero un solo colchón para dormir y no tenían varias cosas que nosotros en la ciudad lo tenemos y a veces no valoramos, aunque poca pero lo tenemos, entonces ahí se veía una clara realidad de que a veces las personas de buena fe, van y regalan por caridad a las personas de pobreza, sin entender -a veces- que ellos pueden tener otras necesidades.
Quien tiene la responsabilidad de llevar dinero a casa, en ese lugar era el padre, y la madre se dedicaba a cuidarlos, y claro, un solo trabajador para una familia de 8 personas no alcanzaba, a pesar que el hijo mayor trabajaba también, ellos comentaban que no alcanzaba, y eso era notorio, veías y te quedabas sorprendido de cuanto es lo que no tenían, de cuantas carencias tenían, no solo de dinero, sino también afectivas, de apego y de un soporte emocional, pues los niños crecían a lo que podían. Era inconcebible pensar que un niño de 4 años podía pegar a su hermana de 5 solo porque era hombre, pero en ese lugar se daba, y ella me decía:” dile a mi hermano que no me pegue porque me duele”, y a quien no, pues a pesar de ser flaquito, tenía fuerza. Hablaba con ambos e igual me dejaba llevar por mis experiencias vividas, recuerdo que mi hermano hacia algo semejante conmigo, hasta que tuve la suficiente fuerza de protegerme por mis medios, pero igual era trágico, para mí, escuchar ello, y ver que las historias se repiten en muchas familias. Pues se tiene muy metido en las mentes el tema de violencia en los hogares, sean por distintas razones, situaciones, pero que se da, y más si es un ambiente machista, donde el varón tiene el control y cambiar esas percepciones toma mucho tiempo, ya varias instituciones han venido trabajando para que se cambie la forma de vivir, pero aún varios siguen en el proceso.
Estar en ese lugar, ver tanta pobreza, tantas carencias que te daba una proyección de muchas familias de nuestro país que viven en esas situaciones, que el Estado poco o nada hace para que tengan un crecimiento, y por ellas mismas, se sienten tan conformistas que esperan la caridad de los demás, cuando debería ser lo contrario, el ser pobre y vivir en esas situaciones, debe darte el empuje de salir adelante, sea por ti, y si eres padre, por tus hijos que en un futuro necesitarán de más apoyo para que logren lo que quieren y no se queden con la falsa idea “mis padres vivieron así, yo haré igual con mi familia” y luego la historia otra vez, es repetida. Se forma todo un círculo vicioso, pero no solo el hecho de vivir en situaciones precarias, sino de no querer cambiar y tirarte al abandono, como había hecho esta familia, ya que no tener dinero no significa tener o vivir en medio de la suciedad. Dicen que la costumbre es fuerte, pero me pregunto, se puede uno acostumbrar a vivir en la suciedad?, no se supone que somos personas y que necesitamos sentirnos bien y tener todo bien alrededor para poder tener la felicidad, y así a ello le sumabas las costumbres del pueblo, era más complicado, pues acarreaba el alcoholismo y otras cosas más.
Eso nos lleva a pensar a veces, que no solo es no tener, sino no querer tener, y es lamentable, pues eran 5 niños que en ese momento necesitaban. Llevándolo en nuestra vida diaria, a veces nos quejamos, hacemos de nuestros problemas inmensos, pero ahora me doy cuenta que hay muchas más personas que tienen mucho menos que yo, y aun así siguen teniendo una sonrisa en el rostro y viviendo el día a día, a su modo, pero lo hacen. A veces pensamos y nos centramos solo en nosotros, pero no nos damos cuenta que hay otras personas alrededor al cual podemos ayudar, ya que el cambio no se da de la noche a la mañana pero que de poco en poco se puede llegar lejos.
Eso es lo que aprendí en este viaje, que se puede seguir ayudando desde donde estamos, aprendí a valorar mucho más lo que tengo en mi vida y de sentirme feliz de haber vivido y conocido lo que viví pues eso me da pie a generar confianza y así ayudar a quienes lo necesitan, de ver y valorar los detalles o todo lo que sucede alrededor y de seguir decidiendo por un mundo mejor en nuestras vidas. Sabemos que poco a poco iremos mejorando mucho más, pero que ahora no estamos solos en este camino sino que las actividades hicieron del grupo a una gran familia y que juntos podíamos lograr apoyarnos y ayudar, e igual divertirnos y compartir nuestros talentos, una forma más de ayudarnos a nosotros mismos.
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Pamela vive en Comas, estudia Comunicación para el Desarrollo en la Pontificia Universidad Católica del Perú, participa en la Mesa de Juventudes de Comas y actualmente participa de la Escuela de Liderazgo Juvenil de Adep en el programa formativo Ciudadanía y Democracia.